martes, 6 de mayo de 2014

Venecia



Venecia, la ciudad entre canales y góndolas que se descubre poco a poco.




Un lugar que te invita cada día a perderte entre callejuelas y rincones secretos a ciegas de los millones de turistas que la inundan. Un lugar donde te detienes a admirar su belleza cada dos pasos.

Cuando los turistas abandonan y desaparecen, la isla se transforma dejando paso al silencio, las sombras y las mejores vistas. Un privilegio reservado para aquellos que vivimos en ella y podemos observar como se baña por los colores del atardecer. Mi momento preferido.



Los lugareños, los pocos venecianos que aun habitan en sus casas o los italianos afincados en ellas desde hace años, son tremendamente abiertos cuando descubren que no eres un turista más y que trabajas y vives en la ciudad. De repente, al oírlo, la cara les cambia y una sonrisa se les dibuja en la cara, y entonces, a partir de ese momento, te acogen y te incluyen en los planes espontáneos e improvisados más disparatados que puedas imaginar. De su mano, la vida veneciana es más autentica, igual que ocurre siempre que aterrizas en una ciudad nueva.
Están acostumbrados a la gente que vive ciertas temporadas y de repente desaparece. Una vez uno de ellos, un amigo, me dijo: “conocemos continuamente a gente que vive aquí y de repente se va. Es duro porque creas una amistad y un vínculo y luego no sabes cuando volverás a ver a esa persona. Por eso nos gusta que la gente nueva que conocemos se sienta a gusto y disfrutar de ella en el día a día, más intensamente”. Recuerdo que en su momento eso me dejó pensativa y me hizo reflexionar de que muchas veces nos olvidamos de algo tan simple y sencillo como esto y que deberíamos actuar así siempre con la gente que nos rodea, sea nueva o vieja, da lo mismo. 
Dejarnos sumergir y exprimir cada oportunidad de conocer otras realidades, otras vidas y otras maneras de ver la vida. Darnos la oportunidad de enriquecernos y crecer por dentro con cada una de ellas.


La ciudad puede parecer dormida a tempranas horas de la noche, y es cierto que las fiestas no duran hasta altas horas de la mañana como nos tienes acostumbradas las grandes ciudades, pero si te dejas guiar, descubres que hay movimiento cada día de la semana, menos el martes, y que las caras empiezan a ser familiares en cada uno de los locales.

No hay nada mejor que caminar y encontrarte a gente conocida por la calle. A mi me gusta. Me gusta intercambiar cuatro palabras, o a veces algunas más, y continuar la marcha. Es curioso pero cuando cambias de ciudad continuamente y estás temporadas viviendo en diferentes lugares, cuando eso ocurre es una sensación como de estar en casa y aunque no sea así ni por asombro, es una sensación bonita. Una señal de que te vas introduciendo despacio en la vida lugareña y que empiezas a camuflarte entre sus gentes siendo un poco menos turista. Sintiéndote más en casa.