viernes, 28 de febrero de 2014

Anantapur y la Fundación Vicençs Ferrer

Mi llegada fue un poco turbulenta, no por la cantidad de horas de viaje, que también, sinó por lo ocurrido en el trayecto. 

Abandoné Kodaikanal en un bus de 12 horas, en el cual tuve la sensación de que me iba al otro barrio por la temeraria condución del indio al mando del volante. Me llevó hasta Bangalore, una de las grandes y caóticas ciudades de la India, y allí tras otro autobús local y una caminata llegué hasta la estación de trenes donde para variar la información que me habían dado en la agencia de viajes no coincidia con la realidad. No habían trenes cada hora hacia Anantapur, así que tras hacer colas interminables para reservar los billetes de tren, mandarme a 3 taquillas distintas como una pelota de pinball sin que nadie me hiciera mucho caso y deambular por la ciudad 8 horas, me monté en el tren. Hasta ahí todo bien.

Una vez en La Fundació Vincenç Ferrer me otorgaron una bonita y limpia habitación de cinco camas y agua caliente para mi sola. Un lujo en Índia, la mejor habitación con diferencia en tres meses. La primera vez en tener agua caliente en una ducha 24 horas al día, por fin una ducha caliente antes de dormir. MARAVILLA.

El lugar era enorme, la cena rica y yo hambrienta. Nada más en la cola para elegir comida conocí al Oriol, un catalán que enseguida me empezó a hablar. Le pregunté si me podía sentar con él para cenar y con una sonrisa me ofreció un sitio y me presentó a toda su tropa de amigos sentados también en la mesa. Todos geniales. Quim, Joan, Gonzalo y Romà, este ultimo el fundador de bicicletas sin fronteras. Por eso se encontrabam allí, habían recorrido durante 15 días la India en bici y habían regalado bicicletas a los niños de algunos poblados, un bonito proyecto cargado de generosidad. Ya se iban esa misma noche de vuelta a casa. 

Terminamos la cena y ahí empezó la catástrofe. Me dirigí a la habitación para coger la camara y descargar las fotos y ahí estaba la sorpresa. La sorpresa de que no había camara. Casi me muero en el instante, casi caigo desplomada de cabeza al suelo. No por la camara, sino por todas las fotos y todos los recuerdos. No lloré, pero todos los que me conoceis sabeis que estuve a punto. Me salvaron de ello el maravilloso grupo de catalanes que ante mi vuelta al comedor con la cara descompuesta me hicieron reir toda la noche. No me digais que pasó porque no lo sé, durante el trayecto en autobus o en el tren desapareció y ni quiero saber si me la robaron o si me la dejé, porque ahora eso ya no importa.

Era el momento de poner en practica la teoria del intensivo mes en el ashram. Lo más importante, el desapego. Pues toma niña a ver como gestionas esto, empieza a trabajar tu desapego. 

Ahí empezó el analisis de mi ejercito catalan de salvamiento, tres de ellos terapeutas. Entre carcajadas las preguntas salían a flote:
- ¿porque son tan importantes esas fotos?"
- Porque son recuerdos de momentos especiales y de un viaje especial
- Si pero esas vivencias las tienes tu dentro, ¿no? ¿Porque necesitas las fotos? 
- De recuerdo, me gustan las fotos

A partir de ahí se desencadenaron más cuestiones a las que al final no tuve reapuesta. Fue interesante.

La cuestión, ni una foto del magnifico mes en India, BINGO ELIA! Otra más de las tuyas. Tengo un don.

Por suerte todo esto quedo en un segundo plano cuando, ya sin los encantadores catalanes, empezé a descubrir todo el gran trabajo que hace la Fundació Vicens Ferrer. Para sacarse el sombrero. Quede impresionada ante la magnitud de los proyectoa y la cantidad de ellos. Parece imposible que alguien haya construido tanto con tan solo la ilusión, las ganas y el empeño de ayudar a otros. Como Vicens dice " La pobreza y el sufrimieto no existen para ser entendidos, sino para ser resueltos", y el predica con lo que dice. Empezó de cero, sin una moneda en el bolsillony ahora ayuda a miles de personas en Andra Pradresh, uno de los estados más pobres de India y con menos recursos a causa de su sequía. Todo empezó en un bar, cuando se sentó a comer y le sirvieron la comida y en la mesa de al lado no había ni pan. ¿Como podía ser? Ante esta observación que hoy en día muchos ya no nos hacemos debido a la cotidianidad de la situación, él tomó cartas en el asunto y se empezó a mover junto con un grupo de cuatro personas que creyeron en el proyecto. Ahora la organización a crecido significativamente, señal de que las cosas se hacen bien. 

En este estado lo tienen como un Dios y hasta le rezan. Lo entiendo. Supongo que cuando ves una vida sin salida y de pronto alguien te abre una ventana, ni tan solo una puerta, eso es gloria bendita.

Lo que más me gustó, el trabajo que hacen en diferentes ambitos, no para darlea dinero, sino para enseñarles a valerse por si mismos y crecer personalmente a la vez que se desarrolla la economia de cada pequeña familia. Hay de todo, escuelas para niños sordos, paralisis cerebral entre otros, hospitales gratuitos sin diferencia de castas, oportunidad para que mujeres creen sus propios negocios y aprendan a ahorrar, dar las mismas oportunidades a la casta de los intocables, enseñar nuevas formas de trabajar la tierra con agricultura ecologica y biosostenible, construcción de casa y apadrinamientos de niños,... Un sin fin de ayudas. 
Una vida dedicada a ayudar a los demássi cada uno de nosotros tomaramos consciencia de ello, las cosas serían distintas.

Me emocioné y lloré. 

Y me dí cuenta que muchas veces nos quejamos sin motivo. Lo tenemos todo, o por lo menos lo mas importante, aun en la peor de las situaciones. Y aquí en India, la gente sonríe aunque sea lo único que pueda ofrecer.

En esos dos días me junté con una familia más que encantadora, formada por Magda y Xavier y su hijo Moises. Me gustaba escuchar al padre de familia explicar aventuras y a su hijo decir que en casa la que hablaba era la madre. Me gustaba estar cerca de Magda y oir como Xavier se dirigía a mi como "la nena". El hijo, vecino de tierras del Maresme y viajante desde temprana edad, faceta adoptada sin duda por sus trepidantes padres que pisaron India por primera vez hacía trenta años. Me hubiera gustado poderlo hacer a mi también en aquellos años, pero me conformé con oir las descripciones de personas que lo vivieron de primera mano. Es una familia que desprende arte, sabiduría y buena energía, y ya tengo ganas de un encuentro en Granollers y ver el trabajo en vivo de Xavier, un artista de pies a cabeza.

La última sorpresa antes de abandonar ese lugar fue cuando unas horas antes me encontré en la misma Fundación con David. Un maño que conocí en mi primera semana en India y que de repente reencontraba en mis ultimos días. La vida a veces es una simple cadena formada de circulos que se van cerrando.

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