jueves, 27 de febrero de 2014

Kodaikanal, las montañas

Cierro los ojos, quieta, y me quedo en silencio. Beirut suena en mis oídos y me doy cuenta que Kodaikanal se ha convertido en otro de esos lugares especiales de este viaje. Llegué para quedarme 3 días y me quedé una semana. Me hubiera quedado aun más.

Montaña, mucha niebla, jerséis de lana, hogueras, caminatas, paseo en bicicleta por el lago, una entrevista en la radio local, lluvia, conversaciones de tu a tu, cascadas, complicidad, un café de los buenos, divertidas partidas interminables de cartas, bisontes masivos durante el día y a media noche al retirarnos a nuestros aposentos con susto y carrera incluida, excursiones en busca de setas, noche despejada y estrellada, despedidas y encuentros, y la mejor compañía.

Llegamos el domingo de noche, nos instalamos en un dormitorio compartido del Youth Hostel, y nos tapamos con saco y manta encima. Menudo frío. Allí conocimos a parte del equipo con los que pasé los primeros días. El primer día investigamos Kodai, fuimos los tres a encontrarnos con Kailasam que nos hizo una encerrona de entrevista sorpresa en su radio, y paseamos en bicicleta. Al volver al Hostel dos chicas se nos unieron al equipo, Kami y Amanada. 

Llegó el martes y amaneció tapado, cubierto de niebla y hasta con lluvia. Queríamos ir hasta Vattakanal, un pequeño pueblo creado solo de casitas y habitado, básicamente, por medio Israel. Tomamos un dilatado desayuno esperando que la lluvia se cansara y al dejar de llover nos pusimos manos a la obra. El camino de Kodaikanal a Vattakanal me encantó, montaña pura. Tenía ganas.

Al llegar, nos encontramos al desaparecido Daniel y nos invitó, más tarde, a pasar la tarde-noche con él y otros amigos a la luz de la hoguera. No fuimos, los chicos no quisieron y era su última noche en Kodaikanal, así que yo tampoco fui. Quería estar con ellos. Hicimos nuestra propia hoguera,  volvió a llover a tope y la hoguera resistió el agua. Amanada se fue esa misma tarde y los chicos se pusieron rumbo a Gokarna a la mañana siguiente. 
Me quedé con Kami y el día estaba despejado, así que era día de trecking hasta el Pilar Rocks. Se nos unió otro francés, Josse, el mensajero. 

Caminamos mucho y al final el cansancio y el hambre hacían huella en nuestras caras, tocaba reponer energía. Daniel me volvió a decir de ir a Vattakanal y esta vez si aparecí. Yo y todo el dormitorio del hostel.  Nos íbamos de excursión. Llegamos tarde por mi culpa, como no, y claro, Daniel ya no se encontraba en el punto de encuentro, un kiosco-tiendecita, donde habíamos quedado. Era una hora tarde. 
Bien, ahí empezaba la aventura: MISION BUSQUEDA. 

¿Que había? Nada. Solo oscuridad, muchas casas y mi tozudez. No sabía por donde empezar a buscar pero sabía que lo encontraría.
 A esas horas era un poco difícil pero empecé a preguntar a algunas personas. Solo obtuve negativas y después de mirar en el interior de las casas a través de las ventanas por si lo veía y tampoco obtener resultado, decidimos abandonar e ir a cenar al único bar al final de la calle.
De camino nos dimos cuenta que habíamos estado buscando en el sitio erróneo, encontramos un segundo kiosco y era ese el correcto. Con tanta oscuridad me parecía todo igual y me había equivocado.

Los chicos ya estaban hambrientos pero tenía un buen presentimiento y no fallé! Subí a mirar, y en una de las casas me encontré con Nir, un simpatiquísimo israelí que después de unas risas y hablar un poco me llevó hasta la puerta de la casa donde encontraba Daniel. Por fin! Me entró la risa por la situación, Daniel flipó y me fui a cenar, nos veíamos después.
El arroz incomible se quedo en los platos y nos reencontramos para la hoguera. Allí conocimos a Mitch y Max dos londinenses que te los llevarías a casa. Dulces, simpáticos y graciosos.

Al día siguiente temprano se iban todos de excursión en coche a un pueblo. Me apunté con ellos. Kami se iba la misma mañana y los suecos no quisieron apuntarse. Fue genial. Todos apretujados montados en una "furgo" y venga, en marcha!! Me presentaron a Chen y Margo, unos tesoros, con los que compartí más días después. El pueblo al que íbamos era famoso porque es donde crecen las mejores setas en la India segú dicen, pero las setas comunes sino de las divertidas. Llegamos al pequeño pueblo y nos fuimos al lago. Me gustaba mirar a los chicos, estaban guapos, se partían de risa y tenían una sonrisa permanente, a mi se me pegaba.
Margo me explicó su historia de amor y se le iluminaban los ojos al contarla. Ella, holandesa, se conoció con Chen en la jungla de Bolivía y él tras su viaje de un año por latinoamerica, se dio cuenta de que era su chica y fue a por ella. Tres años de distancia los mantuvieron con idas y venidas, pero desde hacía 5 meses vivían los dos juntos en Israel y se podía ver en su cara lo contenta que estaba. Ella tenía ganas de un cambio en su vida y decidió dejarlo todo e irse con él. Me contó que no era fácil, el cambio de país, idioma, religión y gente, pero que poder estar al lado de Chen lo compensaba todo y que tenía la suerte de tener allí a una familia, la de él, maravillosa. Le brillaba el alma al decirlo y mi interior se hizo pequeño.

Durante el viaje en coche con nuestro guía Rami, vimos de todo. Arboles cortando la carretera, bisontes, ardillas gigantes y hasta un jeep volcado con sangre por las puertas como si formara parte de película de miedo. De vuelta me quedé en Vattakanal con la tropa y cené con Mitch y Max. La pareja de ingleses se iban, a mi pesar, al día siguiente temprano. Yo a partir de ese día me quedé en Vattakanal sin ni tan solo decidirlo y Chen, Margo y Daniel me adoptaron con ellos y fue fantástico. Me encantó.

Nos costó ponernos en marcha al día siguiente y no hicimos gran cosa. Bajamos al pueblo, compramos billetes de autobús, fuimos al mercado, nos tomamos un café y unos dulces caseros y cocinamos.

Ya era viernes y al día siguiente nos íbamos todos.

Llegó el último día y fuimos a la cascada por un camino salvaje. En la cascada hubieron pocas palabras al principio. Estaba nublado pero era bonito. Jugamos nuestras ultimas partidas en equipos al Durag, y de vuelta a casa nos detuvimos. Un hombre tocaba la flauta travesera entre medio de aquella vegetación y otro escuchaba sentado en un largo tronco de árbol que cruzaba aquella parte del bosque. La melodía resonaba sutil y el intérprete estaba completamente sumergido en sus notas.
Vimos una película y nos dirigimos a los autobuses. Se bifurcaban nuestros caminos. Ellos tres continuaban juntos hacía Chennai y yo partía hacía Anantapur.
Me dio pena, ya los echaba de menos al decirles adiós.  

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