domingo, 23 de febrero de 2014

Ooty

Miércoles, nueve de la mañana y con un buen desayuno en el estomago a base de chai y masala dosa esperamos el primer autobús. Una despedida fugaz por culpa de las prisas nos separa de Daniel, que se dirige a Kodaikanal, y el resto del equipo formado por Francesca, David, Dan, Victor y yo nos preparamos para un nuevo destino, Ooty.

Se encuentra en el estado de Tamil Nadu, y es un pueblo al que se llega en un bonito viaje en tren de vapor de los de antaño por una vía estrecha declarado Patrimonio Mundial de la Unesco desde 2005, el cual cada hora de trayecto se detiene a reponer agua provocando que los pocos quilómetros que separan una ciudad de la otra se conviertan en 6 horas de viaje.
Eso si, vale la pena. Es un viaje de esos que no se olvidan por la preciosidad de sus paisajes y por la sensación de viajar en el tiempo encima de un tren empujado por su máquina de vapor atravesando bosques, cascadas, plantaciones de té y puentes pintorescos. 

Hicimos noche en Mettupalayam, una pequeña ciudad de paso para todos aquellos que quieren coger el atractivo tren debido a que solo sale uno al día a las 7 de la mañana. 
Dormimos los cinco en una misma habitación a lo "territorio comanche" con una cama y tres colchones en el suelo colocados estratégicamente mejor que en cualquier partida de Tetris. Ese era el objetivo, dormir todos juntos.
 Después de recados varios, y una cena increíble en un restaurante local, en el cual me colé en la cocina, nos perdimos por las calles y acabamos descubriendo mercados de verduras nocturnos donde la máxima atracción eran nuestras pieles blancas y pelos claros en comparación al negro azabache, precioso por cierto, de todos ellos. 
Acabamos también rodeados de niños y adultos que celebraban una sencilla boda y donde nos tocaban apretándonos alguna parte del cuerpo como símbolo de buena suerte. 

Dormimos y a la mañana siguiente partimos con el tren. Llegamos a Ooty y nos instalamos de nuevo en una habitación para 5 que resultó ser, más tarde, tremenda por la peste de su lavabo. Nos perdimos por un mercado lleno de vida, descubrimos la ciudad y entramos en un templo mientras hacían el recuento de todo el dinero donado. Jugamos al Risk casero de Victor, el chico de los juegos para mi suerte, y hicimos hasta una sesión completa de abs para ponernos cachas. 

A la mañana nos mudamos de hostal, solo Dan, Victor y yo, ya que nuestros dos italianos partían esa misma noche hacía mi preferida Hampi. Nos quedabamos los tres mosqueteros y cambiamos las pestes de un baño por los cantos a todo volumen de la iglesia católica y todos sus adeptos. No se que era peor, y aunque Dan intento no tirarse de los pelos poniéndose tapones en las orejas y enrroscándose un jersey en la cabeza, no hubo manera d evitar la voz desafinando y decidimos que era mucho peor el baño. Así que aunque aquellas misas parecieran discusiones más que otra cosa, decidimos quedarnos porque el sitio era bonito y barato.

Pasamos el día de caminata, llegamos hasta un mirador que resultó no tener vistas debido a la intensa niebla que las cubría, pero disfrutamos de caminar entre naturaleza. 

Al volver a la ciudad disfrutamos de un té, compramos cositas varias y me depilé en casa de una mujer india y mis pelos de mona chita desaparecieron para la suerte de mis propias retinas. Definitivamente la vida de hippie peluda sin depilar en mi encuentra un límite.
 Cenamos los cinco juntos y nos atiborramos de una especie de all i oli indio y otra salda verde con menta que estaban para morirse. Acompañamos a Francesca y David a su autobús nocturno dirección Bangalore y nos despedimos en medio de la estación. Penita de que se fueran.

Me quedé sola con mis dos maridos ficticios. Al día siguiente nos fuimos a Connoor y paseamos por un jardín medio bosque donde montamos en un barco de pedales. Descubrimos el encanto del pueblo con casas de colores y probé por primera vez la fruta Jackfruit. Exquisita, y nos arrepentimos de no haber comprado la inmensa fruta entera porque estaba buenísima y no encontramos mas por ningún lado. Volvimos a Ooty viciándonos al juego "4pictures 1word" durante el trayecto y decidimos que ya había habido Ooty suficiente. Ellos se iban hacía Gokarna, al calor y las playas, y yo, tras mi pequeña decepción con Ooty por lo que se refiere a las montañas y los treckings, decidí probar suerte en Kodaikanal. 

Llamé a Daniel y me dijo que el lugar era genial, que valía la pena si se tenía ganas de naturaleza. Decidido, me iba para allí a la mañana siguiente. 
Se lo comunique a los otros dos mosqueteros y decidieron que se venían conmigo. Perfecto!! 

A las nueve de la mañana del siguiente día montábamos en el primer autobús sin saber que nos esperaba una gincana de ellos y más de 12 horas de viaje hasta llegar al destino final.  En Palanai tuvimos que esperar 4 horas y creo que la gente de ese pueblo no había visto un turista en su vida. Se paraban hasta los coches y las motos para saludarnos y preguntarnos la palabra mágica: "FROM?". 
Normal si ves a un tio rubio total y con casi 2 metros de altura, yo creo que haría lo mismo en su lugar. Para los indios es más o menos como un gigante salido de un cuento de fantasía paseando por sus calles, solo les faltaba el dragón, y quizás ese era mi personaje.
Nos despistamos entre paseos, chais y partidas de cartas y a la hora de subir al autobús después de matar el tiempo dando tumbos, no había ni un asiento libre. Genial, el autobús petado de gente, una calor de infarto, las mochilonas molestado en medio del estrecho pasillo y 4 horas de viaje de pie sin poder moverte de tus 10 cm de margen. Como ir de Barcelona a Zaragoza, ideal para finalizar las doce horas de trayecto. Pero fue divertido. Hablamos un montón los tres en fila india y "mis chicos" me obligaron a estar entre medio de ellos para evitar sobamientos innecesarios. Al final del recorrido en ese mismo bus conocimos a Kailasam, un joven de 32 años periodista de la radio de Kodaikanal que nos invitó a un chai en la parada obligatoria y a encontrarnos con él a la mañana siguiente cerca del lago. Aceptamos, o más bien acepté porque los chicos no entendían ni una palabra de lo que decía nuestro nuevo colegui. Yo era la comunicadora, supongo que entre acentos patateros nos es más fácil entendernos. 

Llegamos a las nueve de la noche, cenamos unas parotas, nuestro vicio, y ante la imposibilidad de contactar con Daniel nos instalamos en el Greenland Youth Hostel un poco caro para ser India pero con unas vistas para morirse. 

Ya estábamos en Kodaikanal, y ya solo el primer contacto era fantástico, olía a montaña.


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