lunes, 17 de febrero de 2014

Munnar

De camino a Munnar una pequeña princesa de pelo corto y ojos negros fue mi compañera de viaje. Sentada en el regazo de su madre y al principio solo me dedicaba tímidas miradas de reojo con un semblante serio. Le ofrecí uno de mis auriculares para escuchar musica juntas y rapidamente me gané su sonrisa y confianza. Ahí empezaron los juegos. La madre se cambió al asiento de delante para sentarse junto a su marido pero la niña decidió quedarse conmigo todo el trayecto. El joven matrimonio sonreía al observarnos y nosotras dos sin entendernos ni una sola palabra jugamos durante horas en el autobus.

Al subir a este segundo autobus coincidí también con Francesca y David, una pareja de italianos residentes en Berlin majísimos. Llegamos de noche a nuestro destino y me ofrecieron compartir habitación con ellos. Acabamos en una habitación no muy agraciada pero pasable para la primera noche. 
Bajamos al pueblo y comimos deliciosa comida callejera con exquisitas parotas recién hechas por menos de un euro. 
Hacía un frío de mil demonios y el contraste del caluroso clima del que veníamos nos dejó K.O

Al día siguiente pasamos el día descubriendo el poblado y me reencontré con Daniel, el israelí de Hampi. Ilusión cada vez que ves de nuevo a personas con las que has compartido bonitos momentos del viaje. Ya eramos cuatro y pronto nos convertiríamos en seis. Daniel nos presentó a Dan, un dulce inglés, y a Victor, un divertido alemán rubio y alto que todos los indios observan debido al color de su pelo y tamaño, con los que iba a hacer un trecking al final fallido de cuatro días.

Nos convertimos en equipo y las noches de Munnar estuvieron llenas de divertidas noches de juegos. 
Una pareja de rusos muy simpáticos y dos chicos de Estocolmo también nos acompañaron en algunos momentos.

Fra, Da, Daniel y yo hicimos un trecking de 4h con guía por las bonitas plantaciones de té y las montañas de alrededor con desayuno encima de uno de los picos con vistas espectaculares. Una excursión que finalizamos con un autoregalo, nuestro primer masaje ayurvédico. A mi me tocó un chico, muy guapo por cierto, y tras la tensión inicial por encontrarse una en bola picada delante del muchacho, me relajé y salí flotando y embadurnada de aceite de pies a cabeza y nunca mejor dicho, pelo incluido.

Quedamos de nuevo para cenar el equipo al completo y antes de ello Daniel y David me acompañaron a comprar champú y suavizante para el pelo. Ahí empezó la pelicula digna de una nominación a los Oscar. Nos encontrabamos los tres en la tienda, realizé el pago y nos fuimos al punto de encuentro con los demás. De camino busqué mi pequeño monedero para guardar el cambio y no hubo manera. Al inicio pensé que era otro de mis ataques de pánico ante la imposibilidad de encontrar aquello que busco ( aquellos que me conocen bien saben cuantas veces al día creo haber perdido el telefono) pero esta vez tras vaciar la mochila entera en medio de la calle era real, el monedero no estaba. Dentro se encontraba mi targeta de crèdito. 

Me fuí corriendo a la tienda y me puse seria al ver que preguntaba por mi monedero y los trabajadores no me hacían ni puñetero caso. Solo les importaba mi procedencia y mi nombre. Al final, logré que me entendieran a base de señas y gestos y me dijeron que no lo habían encontrado. Imposible, había abandonado la tienda hacía cinco minutos y estaba segura que se había quedado allí. 
Mi cara seria hizo que se dejaran de bromas y para mi sorpresa me mostaron una pantalla de camaras de seguridad. ¡¡En una droguería!! Ahí encontramos el kit de la cuestión, con media tienda amorrada a la pantalla y con Daniel y David a mi lado descubrimos lo ocurrido. Al ir a pagar me dirigieron hacia otro mostador y en ese recorrido se me cayó el monedero al suelo. Un hombrecillo mayor se percató del accidente y esperó como quien no quiere la cosa a que desaparecieramos de la tienda. En ese instante se agachó discretamente y se metió el monedero entre pecho y espada. ¡¡Pillado!! Me entró la risa ante la situación y los chicos de la tienda me dijeron: "tranquila, sabemos quien es" y mientras veíamos las imagenes de nuevo fascinados por la suerte que había tenido de que semejante tienda tuviera cámaras, uno de los dependientes volvió de la calle con mi monedero en las manos. Todo resuelto. 

Esa misma noche decidimos que, a la mañana siguiente, algunos de nostros partiríamos juntos para continuar con las aventuras.

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