domingo, 27 de diciembre de 2015

15 Diciembre 2015


Empieza la aventura de verdad.
El despertador suena pronto porque es un día largo de viaje.

Elik y Margaux ya están casi listos para su partida y por lo tanto para la bifurcación de nuestros caminos. Ellos vuelven hacía el norte y nosotros nos disponemos a empezar nuestra expedición hacía el sur. Despedidas, besos y un hasta muy pronto. 

Nosotros necesitamos un poco mas de tiempo. Hay algo urgente que hacer, aprovechar los estudios impresionantes de la Ecole de Sables para grabar el baile de la boda de Mire, así que manos a la obra. Risas y tomas falsas porque a las 7 de la mañana las neuronas aun duermen y no somos capaces de recordar los pasos. Cuando uno acierta, el otro no da pie con bola y viceversa. Hecho. Grabado y mandado, no sabemos cuando volveremos a tener internet.

Ahora si, empezamos. 

Caminamos por todo el pueblo de Toubab Dialow con las mochilas y observando como amanece el pueblo y su gente. Sus costumbres de buena mañana, las reuniones de las mamas para cocinar el desayuno en las calles y el matutino revoloteo de los niños que ya nos señalan con el dedo gritando "Toubab" para llamar nuestra atención. Es pronto.

Llegamos al cruce de caminos donde está el mercado y esperamos para el bus que nos llevará a Ndianiao. No llega, asi que cogemos un coche-taxi compartido con locales que nos lleva a la estación mas cercana. 
El mercado es escueto y las muejeres hablan y hablan mientras se organizan y preparan los alimentos sentadas en los mármoles.

Estación y "bus" atrotinado hacia Mbour. Exactamente no es un bus, son furgonetas habilitadas para unos 10 o 20 pasajeros, depende del tamaño del vehículo, que te transportan con los locales de la manera mas económica. 
Al llegar a Mbour cambiamos algo de dinero porque es la ciudad mas cercana con cajeros y bancos en toda la zona, así que toca prepararse los bolsillos. 



El mercado. Tras un pequeño timo empezamos a caminar entre la muchedumbre y Adams, un senegalés con hermana bailarina en Hamburgo, nos explica infinidad de cosas sobre la pesca y el mercado. Los hombres pescan y las mujeres esperan en la orilla ver volver a sus maridos para iniciar el comercio de todo lo recolectado. Sacan las tripas, limpian la arena del pescado, quitan las escamas y el olor es muy muy intenso. Una mezcla de putrefacto y mar, pero no se puede pedir otra cosa. 
En honor a los pescaderos herido en el mar tienen tenderetes donde venden souvenirs marinos y collares de huesos de tiburón para curar el dolor de espalda. Debería comprar cincuenta pero me abstengo de ello.



Nos enseñan diversos tipos de pescados frescos y secos y una vez en el mercado nos explica el uso de cada nuevo producto que nos llama la atención. El mañoc, es el producto estrella por sus propiedades afrodisíacas y presente en toda cocina senegalesa. Tienes que comerlo cada día dicen. El "Camembert senegalés" que se obtiene dejando secar el Yiet o Tuffa tras haber estado en agua con sal para desinfectar, se usa para dar sabor y aromatizar al arroz, y compramos Karité para embadurnarnos el pelo y que crezca mas rápido y se nutra. El chico de la tienda hasta se lo come por el bien de su hígado según dice, pero el olor es tan particular que no soy capaz de echármelo a la boca. En el pelo y basta.

Invitamos a Adams a tomar una cola como el quiere y nos dice algo que se nos queda en la cabeza: "Bien fait n'est jamais perdu" y "Rencontrer qualqu'n c'est pense â demain" y me hace pensar que a veces en Europa nos olvidamos de estas cosas.

Volvemos a la estación central. Empieza el juego de regateo por evitar precios de toubab y tras insistir conseguimos el mismo precio que todo el resto de bus. 
Una vez en Joal, compartimos taxi con un luchador y con Sidoni, una mujer super elegante, casada con un francés y que ha vivido 32 años en Avinyó. Ahora, a sus 73 años que no aparenta en absoluto, es tiempo de volver a sus raíces. Es católica a muerte y en Francia trabajaba con las monjas, quizás por eso en la pantalla de su teléfono movil tiene la estampa de una virgen. Sin darnos cuenta paga nuestro corto recorrido y al bajarse nos informa de ello. Aquí la "taranga", la hospitalidad senegalesa, es importante y te dan prueba de ello.

Dejamos mochilas en el hostal donde nos recibe un pelicano bailarin, Peli, con su dueño Yasin, que de un brinco cambia sabanas y nos prepara una habitación.







 

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