lunes, 28 de diciembre de 2015

17 Diciembre 2015


Los cantos islámicos me despiertan a las 5 de la mañana, y entre abro los ojos con dificultad. Aquí el día empieza. Un ojo medio abierto y el otro completamente cerrado. El calor y la multitud de sueños se mezclan con las voces y me vuelvo a quedar dormida. 
Djiffer es un pueblo musulmán como casi toda la mayoría de pueblos senegaleses.

Desayunamos y enseguida viene a nuestro encuentro Babakar y compartimos mesa, charla y café para decidir cual y cuando será nuestro próximo movimiento. De momento nos quedamos un día más aquí y disfrutar de sus gentes.

Nos cambiamos de alojamiento, ahora la cabaña es aun mas cerca del mar pero en cambio es lo más barato que hemos conseguido por ahora en Senegal. Hace calor, mucho, así que la primera reacción es dejar la mochila y salir corriendo a pegar un brinco dentro del agua. Chof.

La arena es blanca pero cuando dibujas quedan trazos negros en ella. 
Hoy el calor achicharra aun mas, así que cogemos nuestros dados y empezamos a jugar a Yatzy, enseguida se unen a la mesa Michel, un hombre francés que pasa medio año trabajando en Francia y la otra mitad en Senegal desde finales de octubre disfrutando de la pesca y la calma, y Omar, un senegalés que todo y parecer mas reservado es un bromista. Es el chef del pueblo. Su víctima es siempre el encantador camarada Bira como el mismo se describe.  Juntos parecen dos niños picándose el uno al otro pero la complicidad, quizás de años, hace sonreír. "Se taquiner" como dirían en francés.

Nos ofrecen comer todos juntos del mismo plato. El menú, el plato nacional senegalés "Theboudienne" que consta de pescado con arroz roto y alguna que otra verdura. Aceptamos y enseguida un chica preciosa trae dos platos de metal enromes y tapados con la comida dentro. Está deliciosa. La comida está acompañada de risas, bromas y traducciones y al terminar Omar nos invita a una bolsita de agua para pagar su enmienda por perder a las cartas.

Chapuzón, siesta y chapuzón.



A las tres y media parece que el sol empieza a ser mas suave, así que nos vamos a perdernos en el pueblo y sus tradiciones. Vamos al mar y topamos con la llegada de los pescadores. Cada barco trae un tipo de pescado diferente y los chicos corren de un lado para otro entre el barco y los camiones para entregar la mercadería. Van rápido, porque cada viaje son 200CF asi que cuantos mas se consigan hacer mas sueldo para ese mismo día. Detrás de ellos siempre corren niños, porque si durante el trajín de un lado a otro cae un pescado el que lo pille tiene cena fresca o, en la mayoria de las ocasiones, ya tiene una pieza para vender en el mercado paralelo de peces robados o caídos a propósito, es todo un chanchullo muy bien logrado.

Los chicos que están dentro del barco cargando las cajas de pescado no cobran pero reciben pescado que nada mas terminar la jornada también intentan vender para sacarse su jornal. Las mujeres esperan en la arena a la llegada de sus maridos para vender el pescado y sobretodo clasificarlo por clases. Los ven rápido, tienen los ojos acostumbrados, y me enseñan a diferenciarlos y me aconsejan de mover la pila de peces con otro pez en la mano para no cortarme con las espinas. Me explican y obedezco. 

Baraba nos cuenta detalles de la exportación del pescado y los trabajos de cada uno. Son equipos, dicen, y luego reparten. Estamos en el punto clave de la pesca en el país, es el primer pueblo de pesca directa donde la abundancia de toda clase de pescado está a la orden del día, es una barbaridad. La suerte de vivir delante del mar y el final del río Saloum.
De aquí sale la pesca diariamente hacia todos los rincones del país, donde el precio se encarece a medida que se avanza hacia el norte, y Europa.




Conocemos tambien a Pascal, un bretón que tras su primera escapada al país por tres meses y descubrir que era el paraíso decidió volver y quedarse. Ahora es padre de dos hijos y es marido de una mujer senegalesa, y parece que su paraíso se ha caído.
 
Seguimos la ruta ppr la playa y nos encontramos con la montaña de conchas donde descascarillan, a mazazos, los caracoles de mar y dejan sus frutos en agua salada para que no se infecten.



A unos pasos mas encontramos los barcos de las sepias, los puestos de los cacuetes y el lugar donde se seca el pescado. Parece un caos, pero todo tiene un orden y una lógica perfecta. Sorprende descubrirlo. 

Suenan los cantos de nuevo, ya son las siete, y eso significa que en media hora será oscuro completamente. Es invierno. Nos empezamos a recoger juntamente con el resto del pueblo y caminado por la playa nos encontramos a los luchadores entrenando y practicando "La lutte". Se parten de risa y nosotros también, no hay agresión alguna aunque sus cuerpos muestren, a veces, unas dimensiones espectaculares.


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